El Islote Curupí, una muestra de la dinámica del río

Texto: Ireí Berduc

Fotografías y video: Ireí Berduc y Joaquín Ramallo

Un domingo nublado de julio, Ireí visitó el Islote Curupí. En el marco de sus Prácticas Curriculares para la Licenciatura en Comunicación Social (FCEDU – UNER), fue a este espacio destinado al turismo, el cuidado ambiental y el disfrute. Con cariño y detalles, nos cuenta un poco sobre los habitantes, la historia y la dinámica particular de un lugar atravesado por nuestro Río Paraná.

Para realizar la inscripción por WhatsApp hablé con Nicolás, quien me dio información sobre la excursión al Islote Curupí. Luego de brindar algunos datos para que sea un paseo seguro y abonar la visita, me enviaron el punto de partida. Un domingo nublado de julio, en el Muelle Flotante de la Costanera de Paraná, cerca de la Plaza de las Colectividades, me acerqué al área de inscripciones y confirmaron mis datos. Allí me encontré con Adrián, el capitán de la embarcación que me indicó por dónde subir. 

Ya en el catamarán, iniciamos el recorrido hacia el Islote Curupí, donde actualmente funciona A Ñangarecó Nderejhé, una organización ambientalista encargada de preservar el uso adecuado del Área Natural Protegida. Éramos alrededor de diez personas, contando a Luis Cosita Romero, nuestro guía de excursión. Mientras llegábamos a la costa, nos contó que en los últimos días el río Paraná creció aproximadamente quince centímetros, de ochenta a noventa y cinco. Él es un pescador de la zona, nacido en el barrio Las Ranas; su apodo surgió al ser un chico de la calle, ya que solía pedir “una cosita”. Actualmente es un indiscutido referente del río y de las luchas por nuestro ambiente y nuestros humedales, luego de toda una vida de activismo.

 Luis nos contó que el islote nació hace 86 años por la dinámica del río, gracias a sus movimientos, sedimentos y árboles. Así surgió su banco de arena, en conjunto con la isla Puente. Entre estas dos islas hay una llanura, la cual se puede observar claramente cuando hay una bajante, y permite cruzar fácilmente de una a otra. Sin embargo, a los costados de este banco, la arena alcanza los treinta metros de profundidad. 

Al caminar por las pasarelas de madera, pudimos ver la laguna, que por el momento se encuentra seca. Cosita nos contó que es un espacio imprescindible para la conservación de las especies acuáticas, ya que crecen en la laguna, dentro de la isla, y allí se refugian de los peces más grandes y encuentran alimento, como hojas, troncos y materia orgánica. Esta dinámica se da gracias a la naturaleza de los humedales: son terrenos cuya superficie se encuentra inundada total o parcialmente y de forma permanente o intermitente, siendo este último el caso de los ubicados en el Delta; estas fluctuaciones dependen de cada humedal, ya que la conformación de los mismos es muy variada. De esta manera, los humedales almacenan, retienen y liberan agua, funcionando como esponjas y permitiendo así un movimiento circular. Debido a esto y a otras características, dan lugar a un ecosistema único en el que habitan miles de especies biológicas que han evolucionado en conjunto con el mismo.

 De vez en cuando nos deteníamos a observar la flora del lugar, y allí Cosita nos comentaba información sobre algunas especies. Primero nos habló sobre el sangre de drago, un árbol con savia roja, una medicina cicatrizante y antiséptica; además, sus hojas pueden utilizarse para hacer té y curar úlceras internas. También observamos el aliso de río, un árbol que hasta los años 80 se utilizaba para hacer el papel moneda, con su madera blanda y fibrosa. Otra de las especies que habitan el lugar son el carpincho, el lobito de río, la nutria, el yacaré overo, la lampalagua y la curiyú, pero lamentablemente no pudimos verlas. Sin embargo, tuvimos el placer de encontrarnos zorzales, palomas, horneros y muchas especies arbóreas. Hubiera sido muy emocionante ver más especies, pero es un poco de suerte y otro poco de constancia, así que me quedo con ganas de ir nuevamente al islote para saber y conocer aún más.

 Al final del recorrido, conversamos en ronda sobre la importancia de la educación ambiental, no sólo en escuelas, sino también en espacios como el islote, para recobrar la confianza en nuestros sentidos a través del contacto con los diversos modos de vida. Al volver fue ameno hacer el recorrido a la inversa y en silencio mayormente; me permitió observar la flora y la fauna desde otro lugar, con los conocimientos aprendidos, reconociendo especies y cantos y disfrutando del aire costero.

Fecha 21/11/2024


 

 

 

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