Cada 29 de agosto, en nuestro país, se conmemora el Día Nacional del árbol. La efeméride, impulsada por el escritor y periodista Estanislao Zeballos, se celebra desde el año 1901 con el fin de sensibilizar y fomentar a la comunidad toda sobre el cuidado de los parques y jardines urbanos de aquel momento. En la siguiente lectura proponemos explorar nuestro vínculo con los árboles.
Memoria Vegetal
¿Bajo qué contexto nace dicha efeméride? Hagamos un poco de historia y volvamos a las raíces. La fecha fue establecida por el Consejo Nacional de Educación el año anterior, en 1900, durante el primer gobierno de Julio Argentino Roca. Como se mencionó con anterioridad, la iniciativa fue de Estanislao Zeballos, intelectual, político de la generación del 80 que presidió la Sociedad Rural Argentina y fue participe de la campaña del desierto.
Para aquel entonces, a fines del siglo XIX, en el auge del modelo agroexportador, el territorio nacional consolidaba su economía con la entrega de sus bienes naturales al capital. La gran evolución forestal dejaba tierras fragmentadas, históricos bosques de quebrachales empobrecidos con pérdida de sus ejemplares para la extracción de sus taninos y madera noble, en pos de incrementar el comercio de exportación.
Desde la gesta del Estado Nacional ha existido una relación directa entre la conquista de los territorios, con la consecuente agresión desmedida hacia las comunidades originarias, y la actividad forestal regulada (hasta el día de hoy) por la rentabilidad como deidad suprema.
Gran ejemplar de Quebracho colorado (Schinopsis balansae Engl.) en zona humeda del Parque Chaqueño. Foto de principios del siglo XX.
En ese contexto político y económico, Zeballos, establece la efeméride valorizando al árbol como recurso natural, fomentando las forestaciones de bosques cultivados (con pinos, eucaliptos y álamos) para impulsar a la Argentina con un perfil forestal, un horizonte inalcanzable por la diversidad de ecorregiones que caracteriza a nuestro país y por lo tanto, que impone bastas las limitaciones climáticas para la industria y producción forestal.
No obstante, la historia se repite. El gran monte chaqueño y su diversidad biológica y cultural se siguen vulnerando bajo un modelo de saqueo, impune y generador de pobreza. En las últimas semanas, se ordenó suspender por tres meses los desmontes en Chaco, a raíz de una denuncia penal presentada por la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas. Más Información.
Hecho este breve revisionismo sobre la arboricultura del siglo pasado pero que aún en el presente encuentra la misma lógica de explotación forestal, resulta oportuno (y más en esta fecha) reflexionar críticamente sobre el sentido que hoy poseemos con nuestro patrimonio arbóreo de las ciudades. ¿Por qué los plantamos? ¿Qué esperamos de ellos? ¿nosotres como ciudadanes, ejercemos plenamente nuestro derecho al acceso y goce de nuestros espacios verdes sanos?
Avenida Los Chañares (imágen superior) y calle Los Jacarandaes (imágen inferior), del centro urbano de la localidad de Oro Verde, Entre Ríos.
El árbol en la ciudad
Uno de los tantos síntomas del mal desarrollo de nuestras comunidades es la perdida y degradación de las plazas, parques y jardines que por décadas han moldeado la identidad y sentido de pertenecía de la ciudadanía con su territorio local.
En la actualidad, al momento de pensar en los espacios verdes urbanos, aún dominan los paradigmas del siglo pasado, la homogenización y el valor de lo simple, con el cemento que todo lo ordena y estructura y que ni siquiera deja brotar la medicina de nuestros yuyos locales. En adición a esto, el abandono y descarte de los árboles plantados se perpetúan como prácticas insensibles que atentan contra la biodiversidad nativa y la vida toda en los bosques urbanos.
Es entonces que estos modos de pensar y de construir ciudades, pierden sentido en los tiempos actuales de policrisis ambiental, política y socioeconómica que nos toca vivir. No obstante, estamos a tiempo de soñar y transicionar hacia comunidades que abracen y defiendan su patrimonio vegetal y la vida en todas sus formas, abandonando la figura de metrópolis desconectada de sus montes, de sus cursos naturales de agua y de la ruralidad con su gente dentro. Con un patrimonio vegetal y cultural heredado, nuestra generación tiene el desafío único de crear comarcas biodiversas, que recuperen las prácticas de cuidado de los pueblos originarios del Abya yala, que al día de hoy contemplan a los árboles y la flora en su conjunto como seres sagrados, guardianes de esta Tierra y que merecen ser considerados como sujetos de derechos, al igual que otre ciudadane. Del mismo modo, las tareas de cuidado y mantenimiento de estos paisajes podrían brindar nuevas oportunidades de empleo y fortalecer la economía local, recuperando las figuras históricas de los plazeros o cuidadores del arbolado público.
Por lo tanto, sin la existencia de estos vínculos enraizados entre los habitantes y sus árboles, no habrá patrimonio vivo que heredar, ni defender, ni amar.
Floración del árbol arbustivo garabato (Senaglia praecox (Griseb.) Seigler & Ebinger) ubicado en la toma vieja, de la localidad de Paraná, Entre Ríos.
Los árboles reverdecen nuestra cultura
Allí están acompañándonos, desde la infancia, en los jardines de la abuela, en la iglesia y escuela del barrio, en las plazas donde pasamos mañanas y tardes jugando bajo sus copas. Allí están, en las mesas, en las herramientas y en los instrumentos. Son medicina, música, poesía, y juegos.
Juntos forman espacios vegetados que son nichos de encuentro, fortalecen el tejido social y la unidad de los pueblos, están ahí, siendo testigos de la historia. Los paisajes arbóreos nos contienen anímicamente en tiempos críticos, dan refugio a diversas formas de vida, son el telón de fondo de nuestros sueños y recuerdos e inspiran a cientos de personas que vuelcan sus prácticas artísticas en poesías y cancioneros.
Gurisito disfrutando de la tarde en el Área Natural Protegida y Granja agroecológica “La Porota”, ubicada en La Picada, Entre Ríos.
Por todo esto, en su día, invitamos a quien lea esto, a que pueda conectarse con ellos. Que contemple detenidamente un árbol cercano, toque sin temor su corteza, su textura, visualice las formas y colores de sus hojas o si reside algún hornero constructor en sus copas. Estas prácticas pueden resultar un pequeño acto de amor, pero nos recuerdan que somos parte de un ecosistema compartido junto a nuestros amigos y pares, los árboles.
De la redacción de Fundación Eco Urbano.
Fotografías: Joaquín Ramallo.