Por Darío Aranda
Hacía mucho, demasiado, que no se veían tantas whipalas en la Ciudad de Buenos Aires. La bandera de los pueblos indígenas, llevada por hombres y mujeres de manos curtidas, recordaron en la capital del gris asfalto que lo imprescindible es el agua, el aire puro, los bosques de pie y los cerros sin contaminación. Setenta y siete años después del primer malón (1946), se movilizaron más de 1500 kilómetros en defensa de sus territorios, denunciaron la reforma constitucional del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, y, también, interpelaron al “falso progreso” (basado en el extractivismo) que impulsan los partidos mayoritarios de Argentina.
“¡Tengo sed! ¡Y el litio me hace mal!”, gritaban desde la masiva movilización de comunidades indígenas. El resumen de por qué priorizan el cuidado del agua ante la megaminería de litio que impulsan gobiernos (tanto provinciales como nacional) y multinacionales. Son las 9.50 en Plaza Miserere y ya están los pueblos indígenas, las organizaciones sociales y sindicales que acompañan y muchas personas sin pertenencia organizativa. Hay media decena de rondas indígenas que realizan diversas ceremonias en tributo a la Pachamama, siempre de agradecimiento y pedidos de perdón.
Las comunidades indígenas de Jujuy son mayoría (kollas, atacama, guaraníes y ocloyas, entre otras). También está el Pueblo Mapuche y el Charrúa. Los cantos se suceden: “Dicen que los del norte somos callados / pero cuando nos joden nos levantamos”.
Malón de la Paz: una historia de movilizaciones
En mayo de 1946, durante el primer gobierno peronista, un centenar de indígenas del norte argentino marchó a pie desde Jujuy hasta Plaza de Mayo en reclamo de territorios. El hecho, inédito, quedó en la historia como el “Malón de la Paz”. Fueron casi dos meses de caminata para gritar en Buenos Aires una deuda silenciada: las tierras de los pueblos originarios. La historia también cuenta que el gobierno de Juan Domingo Perón los alojó —cínicamente— en el Hotel de los Inmigrantes y, luego de reuniones protocolares, los enviaron de regreso a Jujuy en tren.
A 60 años de ese hecho (en agosto de 2006), bajo otro gobierno peronista (del gobernador Eduardo Fellner), 120 comunidades indígenas de Jujuy realizaron el “Segundo Malón de la Paz”. Caminaron un día y medio desde los distintos departamentos de la provincia, hacia Purmamarca y exigieron que el Gobernador acate un fallo judicial que lo obligaba a entregar 1,5 millón de hectáreas a los pueblos Kolla y Guaraní.
Este Tercer Malón es motivado, principalmente, por la reforma constitucional del gobernador y precandidato a vicepresidente de Juntos por el Cambio, sancionada en tiempo récord y de forma inconsulta. Entre otros aspectos, impuso límites a la protesta social, modificó la composición de la representación del Poder Legislativo y dejó zonas grises respecto a los territorios de las comunidades indígenas.
El sábado 17 de junio, a la mañana, en la turística ciudad de Purmamarca sucedió la primera gran represión por la reforma constitucional. Los pueblos indígenas bloqueaban los caminos y la policía provincial arremetió con gases lacrimógenos y balas de goma. Hubo al menos cuatro represiones en el día. Decenas de detenidos y heridos. A pesar de la violencia estatal, el bloqueo de rutas se mantuvo.
El 20 de junio, feriado nacional por el Día de la Bandera, el gobernador Morales juró la nueva Constitución en la capital provincial (San Salvador de Jujuy). Hubo una masiva movilización y la respuesta estatal fue, nuevamente, la represión, durante más de cinco horas, con decenas de heridos y detenidos.
Los cortes de ruta, principalmente sostenidos por pueblos indígenas, se mantuvieron. Las comunidades originarias se organizaron en torno a un proceso organizativo bautizado el Tercer Malón de la Paz. Así fue que salieron de Jujuy, pasaron por Catamarca, Tucumán, Córdoba y Rosario. Y, finalmente, se concentraron el Plaza Miserere, el mismo lugar donde se congregó, en 1946, el primer malón.
Día de la Pachamama en el cemento
A las 10.50 ya está organizada la manifestación sobre avenida Rivadavia. Difícil calcular cuántos. Pero se dejan ver al menos cinco cuadras repletas de personas. Encabezan las comunidades indígenas. La bandera es simple y concreta: “Tercer Malón de la Paz. Jallalla”.
“Somos los hijos y nietos de los primeros maloneros”, explica Victoria Colque, de la comunidad indígena Las Capillas de Palpalá, donde trabajan y protegen 13.000 hectáreas. Está, junto a otras dos mujeres, y sostiene un cartel que dice “la reforma es inconstitucional”.
Cuenta que ella votó a Gerardo Morales. Que le creía. “Se casó con nuestros rituales, se nos hizo amigo y… nos engañó”, dice enojada. Y alza la voz: “Hemos dejado allá nuestras familias, nuestros animales, para venir a gritar que no nos dejamos avasallar por Morales. Vamos a luchar hasta que bajen la reforma”.
El barrio de Once, repleto de comerciantes y compradores, mira con sorpresa la movilización. No se suele ver en la zona (ni en la Capital Federal) los colores de los pueblos originarios. Algunos preguntan de qué se trata el reclamo. Muchos acompañan y aplauden. Desde algunos balcones flamean whipalas.
“Papa, cebolla / Morales a la olla”, es el canto que resuena. Y luego le sigue un clásico: “Cinco siglos resistiendo / cinco siglos de coraje / manteniendo siempre la esencia / es tu esencia, es semilla, está adentro nuestro por siempre / se hace vida con el sol y en la pachamama florece”.
El paso es lento, pero organizado. Detrás de la comunidad se encolumnan los sindicatos (ATE parece el más numeroso), las organizaciones sociales (el Frente Darío Santillán, la Corriente Clasista y Combativa, La Dignidad, el MTL, Barrios de Pie y la UTEP).
Son unas diez cuadras hasta el Congreso, donde se suman más personas, que estaban como esperando esa parada para ser parte del malón. Aunque es 1 de agosto, el sol hace parecer primavera, y una doña canta con voz potente una copla que habla de cerros, animales y vida tranquila en la Puna.
La avenida Callao está colapsada. Algunos tocan bocina de adhesión y otros (muchos) hacen sentir largos bocinazos de desaprobación. Nada nuevo para porteñolandia.
Valeria Cruz vive en Humahuaca, tiene 34 años, cuatro hijos y es la primera vez que pisa Buenos Aires. “No queremos ser esclavos, ni nosotros ni nuestros hijos. Por eso salimos a las rutas, por eso vinimos. Tenemos derechos como pueblos indígenas y hay mucho vende patria que solo nos quiere para que limpiemos su mugre. Por eso decimos abajo la reforma, arriba los derechos”, explica.
Otras diez cuadras y llegada a la 9 de Julio. Los sikuris no paran de sonar. Y resuena fuerte el “Morales, basura / vos sos la dictadura”. En las paradas del Metrobus muchos miran extrañados y otros tantos aplauden.
Llegan hasta el Obelisco a las 12.50. Donde esperan —y se suman— otros cientos de personas. Giran por Diagonal Norte hasta el Palacio de Tribunales.
Alicia “Lali” Chalabe, histórica abogada de comunidades indígenas de Jujuy, es parte de la marcha. A mediados de julio había circulado la versión de que la iban a encarcelar: “Los esperaba en casa (a los policías). Aunque no había motivo y no me habían notificado oficialmente, podía ser. Así se maneja el Poder Judicial de Jujuy, le obedece al Gobernador”.
Explica que la reforma constitucional tiene dos pedidos de inconstitucionalidad. Uno —presentado por comunidades indígenas y ONGs— en tribunales provinciales. Y, el segundo, del gobierno nacional en la Corte Suprema de la Nación. “En la provincia ni se movió de la mesa de entrada. No va avanzar. Es una vergüenza. Pero acá, en la Corte Suprema, debiera moverse”, explica.
No es casual que el Tercer Malón culminó en Plaza Lavalle. Donde comenzaron una vigilia (con carpas) en espera de alguna respuesta del máximo tribunal del país.
Un modelo económico versus un modo de vida
A dos semanas de las elecciones, en la movilización sólo había representes del PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas) y del Partido Obrero. No asomó a la movilización ningún político de los partidos mayoritarios. No es sorpresa: desprecian a los pueblos indígenas y, por otro lado, desean los territorios para entregalos al extractivimo (megaminería, agronegocio, explotación petrolera y forestales, entre otros). Los cuatro candidatos presidenciales de los partidos mayoritarios (Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, Sergio Massa y Juan Grabois) confirmaron que quieren explotar el litio de las salinas de Jujuy, Salta y Catamarca.
Las cuadras de avenida Rivadavia ya está empapeladas con rostros sonrientes de los candidatos. Como un chiste del destino, de un lado hay imágenes de Jorge Macri en color amarillo, algunas de Patricia Bullrich y, en la vereda de enfrente, el nuevo afiche de Sergio Massa, con el color celeste de la bandera argentina. Y con una frase de ciencia ficción: “La patria sos vos. Vamos a defenderla”.
En el Obelisco se dejan ver más banderas de la UTEP (Unión de Trabajadores de la Economía Popular —espacio de Grabois—) y banderas de Eva Perón. Brendan Hogan, profesor de la Universidad de Nueva York de visita en Argentina, pregunta a Tierra Viva: “¿Cómo hay peronistas en este reclamo si el mismo gobierno peronista impulsa el extractivismo?”. Algunos le llaman “contradicciones”. Otros no le encuentran explicación.
Naciones Unidas acaba de advertir que la crisis climática subió otro gran escalón. Ya no se trata de “cambio climático” sino, por el aumento de la temperatura, de “ebullición global”. Aun así, los candidatos presidenciales con más chances proponen más extractivismo.
Hugo Aranea, del Parlamento Mapuche de Río Negro, llegó hasta Buenos Aires para acompañar al Malón de la Paz: “Lo que sucede en Jujuy es lo que pasa en todo el país. Gobiernos y empresas que explotan litio, oro, cobre o petróleo. Y lo hacen con violencia. No importa el color político que tengan. El extractivismo es el corazón del capitalismo y los pueblos originarios nos oponemos a eso”.
Recuerda la desaparición y muerte de Santiago Maldonado, y los asesinatos de Rafael Nahuel y Elías Garay. Ante las próximas elecciones presidenciales, Aranea las define: “Es optar por más de lo mismo o por algo peor”. Y afirma que las expectativas como Pueblo Mapuche pasan por lograr mayor organización, más unión con otros sectores y más lucha.
A lo largo de la marcha se reitera el hit musical que es furor en Jujuy. Una adaptación de la popular canción “Quién se ha tomado todo el vino” (de Carlos “la Mona” Jiménez) en versión malonera: “No sé qué pasa en esta ciudad / no sé qué pasa / no puede entender / este gobierno está por caer / porque ha robado a más no poder / Díganme solo quiero saber / Quién se ha robado todo el litio”.
Mariela Alancay, de la comunidad indígena de Aguas Blancas (en las Salinas Grandes —espacio codiciado por las empresas mineras—), es la primera vez que pisa la Ciudad de Buenos Aires. Y está orgullosa de haber viajado miles de kilómetros para defender el territorio originario. “Abajo la reforma y arriba los derechos”, reitera uno de los lemas de la movilización que ya lleva más de un mes. Pide que el Presidente intervenga la provincia y recuerda que las comunidades del Pueblo Kolla y Atacama ya dijeron no al litio: “Tienen que entender estos señores, de gobiernos y empresas, que tenemos derechos, que nosotros vivimos en ese territorio y, entiendan por favor, que el agua vale más que el litio. Por eso, no vamos a seguir firmes con nuestra decisión: ¡Fuera las mineras!”.
Fuente: Agencia Tierra Viva
Foto: Nicolas Pousthomis