Quien está en peligro somos nosotros, no el planeta

Por José Luis Gallego

A medida que la crisis climática sigue avanzando y los peores escenarios de los que nos vienen advirtiendo los científicos se hacen evidentes, cada vez son más los que opinan que la especie humana está poniendo en peligro el planeta. Pero eso no es exactamente así.

Es incuestionable que en nuestra errónea convicción de que la Tierra y sus recursos nos pertenecen en exclusiva estamos poniendo a prueba todos los mecanismos de autodefensa con los que cuenta para sustentar la vida.

Desde la profundidad del mar hasta las capas más altas de la atmósfera nuestra alteración del orden, ese orden que el planeta tardó millones de años en propiciar para hacer posible nuestra existencia y la del resto de seres vivos, está siendo tan grave que amenaza con romper el equilibrio. Y nosotros somos los únicos culpables.

Pero cuidado, no nos equivoquemos: al alterar dicho equilibrio no estamos poniendo en riesgo el planeta sino a nosotros mismos, a nuestra especie. Somos nosotros los que estamos condenándonos a desaparecer si seguimos alterando las condiciones de vida que hacen posible nuestra existencia en el planeta, pero no el planeta en sí.

El planeta no tiene problemas, los que tenemos problemas somos nosotros, nuestra especie, que está actuando como un virus para consigo misma. Insisto en una idea que a todos nos debe quedar muy clara: este planeta tiene la friolera de 4.500 millones de años, durante los cuales ha vivido todo tipo de cambios (climáticos, químicos, morfológicos…) y comparado con ese largo período de existencia nosotros llegamos ayer. O, dicho de otro modo, si el planeta fuese una peli de hora y media nosotros aparecemos en la escena final, justo antes de los créditos: no llegamos ni a actor secundario; ni a extra.

La Tierra seguirá evolucionando muchos millones de años más dando vueltas alrededor del Sol hasta que éste decida lo contrario. Nosotros somos absolutamente intrascendentes para ello.

Por eso es un error de un antropocentrismo irrisorio pensar que el ser humano puede poner en peligro la Tierra. Ahora bien, lo que si podemos hacer y de hecho estamos haciendo al provocar y seguir alentando el calentamiento global, es alterar las circunstancias que hacen posible la vida tal y como nos son favorables: el conjunto de equilibrios ambientales que facilitan nuestra existencia.

Y nuestra mayor amenaza, la pistola con la que nos estamos apuntando a la cabeza, es la crisis climática que estamos viviendo y que por primera vez en la historia geológica de La Tierra no obedece únicamente a circunstancias naturales sino que tiene un origen antrópico: es decir, que es consecuencia del aumento en las emisiones de gases con efecto invernadero debido a nuestra actividad en los últimos dos siglos.

Si fuéramos capaces de entablar diálogo con el planeta, con este gigantesco ser vivo del que todos formamos parte según la hipótesis Gaia de Margulis y Lovelock, y le preguntásemos lo que ha supuesto para su equilibrio el desarrollo de nuestra civilización no nos quedaría más remedio que agachar la cabeza y, humillados y sonrojados, escuchar sus reproches por nuestra torpeza evolutiva.

El doctor Miguel Delibes de Castro, en su indispensable libro Vida: la naturaleza en peligro que desde este rincón del diario me permito recomendar a los lectores del Ágora, señala de una manera mucho más brillante lo que he querido exponer en este breve apunte.

Por eso, desde la gran admiración y el afecto personal que le profeso, me permito recuperar aquí su sabia exposición en uno de los capítulos del libro:

“No es seguro que nuestra supervivencia esté garantizada si cambiamos demasiado el entramado ecológico que nos vio nacer. En otras palabras, durante muchísimo tiempo, en el mundo hubo vida y no había hombres, por lo que podemos establecer que la vida no nos necesita. Es más, sería bastante improbable que, aunque lo intentáramos, pudiéramos acabar con ella (…) Es por eso que cuando defendemos la necesidad de conservar la naturaleza para que el planeta continúe siendo habitable, no estamos pensando en el planeta en sí ni en el resto de los seres vivos que lo pueblan, sino en nosotros mismos. Es un pensamiento sanamente egoísta. Es nuestra casa la que queremos conservar. Porque seguramente seguirá habiendo vida hagamos lo que hagamos, y en cambio, si continuamos por el actual camino, podemos hacer de la Tierra un lugar donde los hombres no tengamos sitio”.

Fuente: El Agora Diario

 

Fecha 16/04/2024

 

 

Contacto

Redes Sociales

Copyright © 2023 Ecourbano. Todos los derechos reservados