Por Azahara Palomeque
Fernando Valladares es uno de los científicos más reconocidos de España en cuestiones de cambio climático, y probablemente uno de los más amables y cercanos. Me atiende por Zoom a las once de la noche y la conversación, contra todo pronóstico, dura una hora y media. Nadie tiene sueño porque el tema es para desvelarse: la publicación de su primer libro divulgativo, La Recivilización. Desafíos, zancadillas y motivaciones para arreglar el mundo (Ediciones Destino), una obra ambiciosa que hila magistralmente la crisis medioambiental con factores políticos, sanitarios, económicos, culturales y hasta tecnológicos, sin caer en la desesperación, pero tampoco en la ingenuidad.
La situación es grave, cierto, aunque no hay que rendirse –eso lo repite varias veces–. Valladares es investigador del CSIC, profesor asociado en la Universidad Rey Juan Carlos, y activista climático que ha participado en acciones de desobediencia civil. En 2021 recibió el prestigioso Premio Rei Jaume I en la categoría de Protección del Medio Ambiente, uno de sus múltiples logros. El CV que puede encontrarse en su web dice que tiene 495 publicaciones, muchísimas para la academia, pero pocas si se comparan con las 17.000 visualizaciones de su charla TED –, porque resulta que este profesor de 58 años recién cumplidos está tan comprometido con su labor científica como con la difusión de los datos para todos los públicos. En un momento crucial de su vida, tras sobrevivir a un linfoma, quiere seguir dando guerra y esa energía se respira en nuestra entrevista.
Explícanos cómo surge el libro, y por qué un reputado científico acostumbrado a escribir papers decide, de repente, lanzarse a la redacción de su primera obra de divulgación, se arroja a las redes, se vuelve activista…
El libro surge de una combinación de factores. Yo llevaba desde 2019 juntando razones para meterme a contar lo que pasa con la crisis ambiental. De hecho, llevaba cinco años impartiendo una asignatura en la Rey Juan Carlos que se llama ‘Impactos de la actividad humana en la biosfera’, viendo cómo el tema interesaba a los alumnos y notando cómo les preocupaba. Teníamos conversaciones como… Cuando nosotros éramos jóvenes, hace 30 años, nos planteábamos lo de tener hijos, pero la manera como lo estaban contando las estudiantes, sobre todo las chicas, sonaba a un grado más de bloqueo y preocupación en relación a todo esto [la crisis climática]. Luego con el “reinado de Trump”, como yo lo llamo, los científicos no norteamericanos fuimos muy solicitados. Nos pedían que saliéramos de nuestra zona de confort y contáramos estas cosas porque allí, en Estados Unidos, se penaba con la expulsión o la amonestación, sanciones… Había una censura muy potente. Entonces, se fueron juntando cosas. Yo he dado charlas divulgativas durante mucho tiempo, pero una cosa es dar una conferencia y otra cuando, en 2019, decido abrir un canal, La salud de la humanidad, y empiezo a dedicarle más tiempo a la comunicación. Es un círculo virtuoso, porque te llama más gente, tienes más visibilidad… Luego di una charla TED, y me cambió el chip. Aquello fue una catarsis y me moló un montón.
Luego el periódico El País me nombró “guerrero del clima”, que no se sabe muy bien qué es, pero hicieron una selección de 20 personas en Iberoamérica de la ciencia, el arte… y aquello me dio un subidón: ¡venga, que soy un Guerrero del Clima! [risas] ¡Me hacía ilusión! Acto seguido me diagnosticaron un linfoma bastante gordo y de repente dije… ¡esto va de salud! Y pensé… lo que haré será hablar desde el medioambiente y sus impactos en la salud, y además quiero encontrar un lenguaje universal, porque estoy harto de hablarle a la gente que ya se lo sabe. Uno de esos lenguajes, independientemente de que seas de izquierda o derecha, es tu estado de salud. Yo estaba sufriendo las quimioterapias, y pensé “esto es grave”, así que empecé a sacar las estadísticas de la gente que enferma por el medioambiente. Y luego vino la covid. Estaba confinado en mi casa con mi propio sistema inmune hecho un asco, me puse a leer sobre las pandemias y ahí es cuando me salió la frase: “la vacuna la teníamos y nos la hemos cargado”, aparecí en los telediarios, y me llamaron de varias editoriales proponiéndome que lo contara en un libro. Y una de ellas fue ésta [Ediciones Destino].
Con “la vacuna que teníamos” te refieres a un medioambiente sano, me imagino.
Claro, claro. Uno de los filtros naturales para la zoonosis y muchas de las infecciones es la diversidad biológica. Esa cosa que mucha gente dice “esto no sirve para nada, esto de abraza-árboles y perroflautas”. Pues mira, eso de la biodiversidad de vez en cuando tiene unos efectos que dices ¡toma ya! Aparte de ayudar a adaptarnos al cambio climático y a mitigarlo, sirve para reducir los riesgos de que salte un patógeno a la especie humana. Así que ésa era la vacuna que teníamos y que nos hemos ido cargando con la degradación ambiental.
«Siempre hay margen para hacer cosas, al menos adaptarse»
Hablas de los bucles de retroalimentación y dices: “Hay identificados unos quince, y nueve de ellos están disparados o a punto de dispararse”. ¿Qué margen de acción tenemos cuando estos bucles pueden tomar trayectorias propias?
La ciencia se está quedando un poco corta para estimar estas cosas, y en parte tiene que ver con estos nueve gigantes dormidos, que aceleran el calentamiento. ¿Qué margen tenemos? Yo estas preguntas tan difíciles suelo intentar sortearlas… porque no me gusta dar una contestación simple. Hay cosas como la fusión de los hielos que tienen unas inercias tan largas que, aunque hagamos los deberes, los hielos van a seguir fundiéndose. Aunque ahora he encontrado un argumento en positivo: y es que estamos viviendo de unos hielos que ya no deberían estar ahí, con estas concentraciones de CO2; el sistema todavía no se ha acelerado todo lo que se ha acelerado en otras épocas geológicas.
¿Qué podemos hacer o en qué fase estamos? Creo que siempre hay margen para hacer cosas, al menos adaptarse: adaptar el sistema económico, la sociedad, adoptar otra forma de vida más segura ante un clima que está descontrolándose. La mitigación es una mirada a muy largo plazo, y creo que es una obligación que tenemos, pero vamos a tardar mucho en ver los efectos… Lo que quiero es mantener un cierto optimismo informado: siempre se está a tiempo para algo. La angustia viene de que tú te agarras a escenarios más confortables, pero algunos de esos ya no están a nuestro alcance. O son un espejismo, porque están, pero sabemos que no van a durar mucho: como el clima en torno al 1,5ºC [de calentamiento respecto a la era pre-industrial]. Si este año lo hemos sobrepasado puntualmente, y estamos ahí jugueteando con el 1,5ºC, quiere decir que nos vamos a ir a los 2ºC largos. Ya dicen que a 3,6ºC. No vamos a quedarnos en un nivel cómodo, pero eso no significa que no hagamos nada, porque no es lo mismo pasarse dos décimas que medio grado, o que varios grados…
Se nota que el libro está escrito desde cierta utopía. ¿Qué crees que es lo más importante ahora mismo para “arreglar el mundo”?
Yo quiero mostrar que estamos tocando fondo en varios de los límites planetarios, a escala humana esto casi no es reversible (a escala geológica sí), y eso quiero transformarlo en una oportunidad para pensar y recivilizarnos. En lugar de verlo como “oh, qué horror, vamos al colapso”, plantear que el colapso es una opción, que hay varios tipos de colapso, y que no hay que tenerle tanto miedo a colapsar. Tampoco hay que tenerle miedo a extinguirnos; ¡si todas las especies están extintas, prácticamente! Pero tampoco hay que darse prisa en extinguirse. Hay que postponerlo, ganar unos cuantos millones de años. Además, no es lo mismo un colapso global, súbito, que te pille a medio vestir, que estar programado. No soy partidario de dar soluciones, lo que intento es generar un estado en el que entre todos generemos las soluciones, y que la gente piense que esto es una oportunidad. Como me pasó con la enfermedad, un amigo me dijo: “Fernando, qué suerte tienes. Esto te va a cambiar la vida”. Si no te mueres, claro. Yo lo encajé bien. A veces necesitamos ese famoso golpe de realidad, algo muy bruto, que te para. Y lo que quiero decir es que el cambio climático, la limitación de recursos, la desigualdad social… nos van a parar. Entonces, ¿por qué no aprovechamos eso para pilotarlo un poco y hacer ese mundo mejor?
Lo podemos aprovechar para decrecer. Apuestas por “el decrecimiento en lo económico confiando en que traerá consigo una prosperidad real”. ¿Cómo podemos ser prósperos decreciendo? Incluso hablas de abundancia.
Lo digo de forma provocativa, y bebo mucho de Jason Hickel. Precisamente lo que genera pobreza y austeridad es el crecimiento, porque nunca lo alcanzas… Mientras que el decrecimiento te permite, entre otras cosas, tener más tiempo, porque se trata de producir menos. La gran duda es cómo ponerlo en práctica, porque el decrecimiento va a ocurrir. Le puedes llamar “recesión” cuando no está planificado y ocurre, o lo puedes programar, tomar las medidas que puedas para minimizar daños colaterales, en los sectores más afectados o las actividades económicas más vulnerables, y compensarlas. El decrecimiento tiene tres patas: el marco teórico, que tiene más de 30 años; el marco de datos observacionales, que es la salida de cada una de las recesiones –al acabar cada recesión, los gobiernos tienen que aflojar, porque, si no, la gente muere; hasta el gobierno más neoliberal toma medidas sociales –; y luego tenemos experimentos. O sea, tenemos las tres cosas necesarias para un desarrollo científico.
Hablamos mucho de datos, del consenso científico respecto al cambio climático, pero ¿te preocupa que se ideologice la ciencia y se trate como un discurso más, tipo “eres un rojo, ecolojeta”? Y luego está lo que llamas “obsolescencia científica”, que es básicamente que nadie os hace caso. Es decir, a pesar de todos los esfuerzos por hacer ciencia, vemos que se la descalifica por motivos ideológicos o se la ignora. ¿Cómo te sientes al respecto? ¿Ves alguna solución?
Me defino como un científico incombustible: me hago de plástico y lavable, indestructible. En internet me insultan, me dicen barbaridades, y yo intento contestar con honestidad sin ser demasiado cínico, y les digo: la ciencia afirma esto. Sí que me gustaría que la ciencia tuviera mayor recorrido en las decisiones políticas y en las del sector privado, en las dos grandes palancas para cambiar las cosas rápido, y, efectivamente, la politización o la banalización de la ciencia en el fondo le quita recorrido a su influencia. Eso me apena, porque la ciencia puede ayudar a tomar decisiones difíciles, efectuar un análisis más global, más multifactorial… Sobre todo, el pensamiento crítico, más que los puros datos, es para mí la gran contribución de la ciencia a resolver este gran dilema civilizatorio en el que estamos metidos. Y tampoco es que no se nos haga caso, sino que al científico se le hace un caso selectivo: hay un artículo que dice lo que quiero escuchar (y 9.000 que no) y entonces nuestro partido toma esta medida. Esto me duele, pero hay que seguir dando la tabarra.
Una vez me harté, en un programa de la Sexta les dije: “Por cierto, hay una cosa de mi currículum que no habéis mencionado”. Y respondieron: “¡El premio tal, o ser miembro del CSIC!.” Y yo: “Sí, sí, pero además soy científico florero.” Y se quedaron todos como diciendo: “No me jodas”. Y yo insistí: “Por ejemplo, en este programa, ¿me estáis haciendo algo de caso?” Lo digo para provocar, también en el libro, pero, ¿y si escucháis a los científicos?
Incluyes una historieta de una hija que intenta explicar la gravedad de la crisis climática a su madre y al final desiste y le suelta: “Estoy harta de que os hayáis cargado el planeta, pero sobre todo no soporto que no os enteréis de nada”. ¿Crees que hay una fractura generacional en la comprensión del fenómeno, o incomunicación entre las distintas generaciones?
Es un tema al que le dedico pensamiento y tengo algunas piezas… Hay un estudio que demuestra que hay una brecha generacional en la comprensión de la gravedad del cambio climático: los jóvenes están mejor informados, son más realistas, pero la parte más positiva es que en ambos, jóvenes y viejos, el conocimiento sobre el fenómeno es ascendente, la rampa va hacia arriba, y eso abre esperanzas. Desde luego, hay emociones diferentes. Las nuevas generaciones han nacido en circunstancias muy distintas, y yo, entre las cosas que les digo a los jóvenes está que no acepten de nosotros mochilas innecesarias, mochilas de melancolía… Por ejemplo: “A mí me da mucha pena que aquí había un hayedo y ya no lo hay”. Bueno, pero ellos no lo han visto, no les traslades esa melancolía que es tuya.
¿Qué les hemos hecho a los jóvenes? Aparte de destruirles el planeta, pequeño detalle, les hemos arruinado el futuro, y un joven, por definición, es más futuro que pasado. ¡Bastante bien se lo toman! Les jodes el planeta, luego les dices que no hay futuro, y luego les dices: Mira, arréglalo tú, que yo ya estoy por jubilarme. Yo pongo muchos ejemplos del feminismo: nos ha enseñado cosas de las que no nos dábamos cuenta, nos reíamos de cosas que nos parecían graciosas y ahora son un insulto. Entonces, la manera como estamos tratando a la gente más joven en materia de ecoansiedad o gestión de la falta de futuro en un planeta ya arruinado es una falta de respeto tremenda, y una falta de empatía, que espero que vaya cambiando. A mí me gusta pensar en una complicidad intergeneracional intermedia que se haga saltándonos a nosotros, a los viejunos intermedios, lo que más o menos pilotamos el mundo, los de 40 y tantos y 50 y tantos. Somos el obstáculo, ¡nos tenemos que quitar de en medio! Además, a los jóvenes les gustan los viejos que ya están de vuelta de todo y no la gente como sus padres, que son los que siguen tomando decisiones contradictorias.
«Lo que está en riesgo es la calidad de la comida y del medioambiente»
Hablando de decisiones contradictorias… Criticas que la Política Agrícola Común (PAC) no es coherente con el Acuerdo de París, o con el Tratado de la Carta de la Energía. Los estados están suscribiendo políticas incompatibles entre sí. ¿Cómo hacer que confluyan y, específicamente, qué cambios en el modelo alimentario necesitaríamos?
Esto de firmar acuerdos contradictorios es parte de lo que llamo “el círculo del milagro”: tú quieres creer en cosas y alguien te promete lo que tú quieres creer. Y al final los científicos, la gente que ha estudiado estas cosas, nos quedamos ojipláticos mirando a unos mentirosos prometer lo imposible, y a otros deseando que el milagro ocurra. Que tú prometas agua en Doñana es una locura. Si no hay, no hay, ni para la biodiversidad ni para la fresa. Me gustaría encontrar a más gente que dice claramente que el Tratado de la Carta de la Energía es incompatible con el Acuerdo de París. Cuando Teresa Ribera lo dijo me alegré muchísimo. El error fundacional de la PAC, lo mismo que con el neoliberalismo, en el fondo es la huida hacia adelante: no resuelvo el problema, sigo haciendo lo que ya sé hacer. La PAC se generó tras la II Guerra Mundial para conseguir la seguridad alimentaria de los europeos, pero eso ahora no está en juego, que los europeos vamos a comer es bastante seguro. Lo que está en riesgo es la calidad de la comida y del medioambiente. La PAC tiene incorporados mecanismos que buscan producir, producir y producir, así que lo que ha hecho es poner en marcha medidas compensatorias para maquillar el impacto ambiental de la agricultura industrial mientras siguen favoreciéndola.
Cuando se ha intentado mencionar este problema, como con la Ley de Renaturalización, pues el PP europeo la bloqueó, y llevó consigo al sector agrario a movilizarse: ¡están cuestionando vuestro modo de vida, estos ecologistas os van a empobrecer! Al final se aprobó, por los pelos, pero con muchas matizaciones. Se cuestionó el sector agrario, y el sector agrario se revolucionó, no tanto el agricultor, el currante, sino los inversores, que nunca aparecen en ninguna conversación. Cuando tienes una reunión del sector alimentario aparecen la pastora, el neorrural, el ecologista y alguien de la administración, ¿y dónde está Mercadona? Los intermediarios, los que realmente establecen el precio de las cosas y se llevan buena parte del beneficio. Los que llevan al Mar Menor la producción de un agronegocio que no es legal en su país: el capital holandés sacando varias cosechas en pleno desierto con un agua que no es suya, contaminando el Mar Menor con agroquímicos en cantidades exorbitantes, para producir tres o cuatro cosechas, ¡en una Europa donde no hace falta! Los responsables de eso son inversores, que hoy invierten en eso, y mañana en pedofilia o en deportes. Les da igual, lo que dé rentabilidad. Esas grandes acciones de inversión juegan con cosas que tienen carta blanca en la sociedad, como producir alimentos. Pues no, hay que producir mucho menos, y tirar menos.
Fuente: Climática La Marea