Aquellos espacios que nos identifican, de los cuales nos sentimos parte por sus características geográficas, por su cultura, espacios que somos capaces de proteger hasta con nuestras vidas, esos son los territorios. Pueden existir tantas concepciones del mismo, como personas en el mundo, podemos entender el territorio como un país, una provincia, una ciudad o una ecorregión, pero también, estos territorios pueden no conocer los límites y fronteras geopolíticas establecidas, en donde “del río para acá” es un país y “del río para allá” es otro.
Muchos pueblos hoy en día siguen sosteniendo otros modelos de territorios, que parecieran tener mucho más sentido a la hora de pensar estrategias de conservación y unidad con el ambiente. De todas formas, a fines prácticos, es importante reconocer el territorio en el cual nos encontramos, y para eso recurriremos a los límites políticos que más conocemos, pero sin caer en la trampa de entender al ambiente como un conjunto de mosaicos ensamblados, sino como una unidad continua.
Los territorios son defendidos, utilizados, porque no sólo representan una porción de tierra que nos permite determinadas actividades a los seres vivos, sino que moldea nuestra conducta, nuestros hábitos, el tipo de consumo que tenemos, y cómo nos relacionamos con los demás seres vivos. Entre Ríos, el territorio que habitamos (si utilizamos los límites más tradicionales), es una provincia surcada por agua, desde los grandes ríos que nos delimitan hasta los pequeños arroyos que encontramos en cada recoveco, y la presencia tan abundante de la misma, ha moldeado nuestra cultura.