Pueblos originarios

Las poblaciones prehispánicas que habitaron la provincia provenían de diferentes regiones, como consecuencia de su alta movilidad y cambios medioambientales observados a través del tiempo donde se daban condiciones climáticas frías y secas, intercaladas por períodos húmedos y cálidos en diferentes grados de intensidad.

 Los más antiguos restos arqueológicos encontrados se remontan al período denominado Holoceno inferior (11.700-8.200 años AP*), momento en el cual pueblos originarios de Brasil se asientan en la región del alto Paraná como consecuencia del cambio climático.

Para el Holoceno superior (4.200 años AP-actualidad) poblaciones del río Uruguay se movilizan hacia el sur e ingresan grupos desde el oeste provenientes de Santa Fe y Córdoba hasta llegar al Paraná (2.500 años AP aprox.), posiblemente como resultado de un período seco y frío que los impulsaba a la búsqueda de regiones con recursos naturales abundantes como ser los humedales del Paraná. Para el episodio Máximo Térmico Medieval (1.800 años AP aprox.), momento en el cual las condiciones climáticas son más cálidas y húmedas, las poblaciones canoeras dominan las costas e islas de la llanura aluvial del Paraná medio, se expanden hasta el delta y retoman el río Uruguay. Finalmente, grupos Tupí-Guaraní se desplazan desde el Amazonas hacia el sur alcanzando el delta del Plata, ocupando áreas ya habitadas por poblaciones locales.

¨*AP (Antes del Presente)

 

Grupos precerámicos

Los primeros grupos prehispánicos que habitaron el territorio entrerriano se asentaron en su mayoría en las costas y las regiones adyacentes al río Uruguay. Éstos practicaban la caza, recolección y pesca, no conocían la alfarería, aunque sí manejaban la tecnología lítica (restos de piedra que prevalecen en el registro material arqueológico). Tenían un alto grado de movilidad por lo que cubrían mucho territorio y cada grupo estaba compuesto por un número reducido de individuos.

Algunos de ellos (como el denominado Uruguay I) llegaron desde Brasil 11.500 años atrás, su cultura material se ve reducida a material lítico (piedra) de minerales como la calcedonia, cuarcita o carneolita. Convivieron con la megafauna (grandes mamìferos que vivieron en el pasado) y se retiraron 3.000 años después durante una crisis climática agravada por la caída de ceniza volcánica. El territorio permaneció despoblado durante 1.500 años aproximadamente, mientras el clima cálido y húmedo cambiaba la fisonomía del paisaje natural (llamado también Optimo Climático del Holoceno medio); seguido por un episodio árido (7.000-6.000 años AP), las poblaciones humanas se replegaban y asentaban en el norte, donde se encuentran registros de campamentos base y talleres líticos de poblaciones, como la denominada,  Ivaí (6.000 años AP), que aprovechaban los espacios ribereños y la selva marginal, sus herramientas eran toscas hechas de cuarcita, ópalo y basalto en Salto Grande y arenisca en Yacyretá. Se observa la llegada a la alta cuenca del Paraná y el Uruguay de otra etnia, Uruguay II (5.000 años AP) que utiliza la misma tecnología lítica (es decir de piedra) con una mayor variedad de formas de puntas, en estos casos se encuentran talleres de manufacturación de esas herramientas y la utilización de arcos y flechas.

Grupos alfareros

Después de, aproximadamente, 500 años sin evidencia de ocupación, ingresan a la región los primeros ceramistas (2.500 años AP). Se asentaron tanto en las islas y costas del río Paraná medio e inferior alcanzando el delta, explotando los recursos de los humedales, como así también se asientan en la costa del Uruguay. 

El cambio hacia condiciones climáticas más húmedas generó una modificación en el patrón de comportamiento de estas poblaciones; ya no eran totalmente nómades (debido a que los recursos necesarios para su subsistencia se encontraban disponibles en las inmediaciones, su movilidad era estacional, es decir que la adopción de la alfarería se produce en el contexto de un tipo de vida semi-sedentaria, muchas veces relacionada con el aprovechamiento de recursos acuáticos. Esta nueva situación vino acompañada de una tecnología más sofisticada que incluyó embarcaciones e instrumental de pesca; como también la construcción de montículos sobreelevados en regiones altas para utilizarlos como zonas de vivienda, conocidos como cerritos; y complementan su economía de subsistencia con el cultivo de maíz, poroto y zapallo.

Terreno sobreelevado (cerritos) donde se ubican sus asentamientos.

 

Los objetos cerámicos fueron utilizados para acarrear, conservar y cocinar alimentos y agua; e incluso para enterrar a sus difuntos y como ajuar fúnebre de los mismos. Por lo tanto, estos objetos adoptaron un sinnúmero de significancias, formas, tamaños y colores, como así también representaciones gráficas grabadas, pintadas o modeladas en sus superficies.

El conjunto de imágenes de la fauna local (aves, mamíferos, reptiles y moluscos), plasmados en la cerámica, muestra cómo los aborígenes clasificaron y ordenaron el mundo natural por más de un milenio y medio. Estos modelados de cerámica son apéndices (detalles tipo asas) con detalles en sus formas que facilitan la identificación taxonómica de la fauna reproducida. Se observan incisiones (presiones en la cerámica) utilizadas para marcar los ojos, picos, plumas, dientes y manchas de la piel. Los animales representados quedaron plasmados en las vasijas de cerámicas de uso diario. Asimismo, los apéndices zoomorfos (con forma de animales), ya sean fracturados o en campanas (materialidad arqueológica muy presente en los sitios arqueológicos) completas, fueron seleccionados dentro del universo material para momentos especiales, como acompañar a los muertos en rituales funerarios.

Variedad de apéndices con formas de animales (zoomorfos)

 

Si bien en los apéndices está plasmada gran parte de la fauna local, predominan las aves grandes y con plumajes llamativos, sobre todo psitácidos (loros, cotorras y guacamayos). Entre las características que pueden haber influenciado su predilección se encuentran: la capacidad de comunicarse a través del habla con los humanos, sus hábitos sociales, la posibilidad de ser domesticados y de proveer plumas coloridas y brillantes.

 

En el sur de la cuenca del Plata las poblaciones aborígenes empleaban canoas monóxilas (hechas con un solo tronco, de timbó colorado, que se vaciaba) como medios de navegación para la pesca, el transporte de cargas, el comercio, el desplazamiento de personas, entre otros. Estas embarcaciones fueron las que permitieron la ocupación de los ambientes insulares del delta del Paraná. Según las crónicas europeas del siglo XVI, los aborígenes de la región poseían grandes canoas monóxilas, de hasta 22 m de eslora y con capacidad para 16 a 40 personas. 

Este nuevo comportamiento social, sumado a las mejoras climáticas, generó un crecimiento demográfico que llevó a la expansión poblacional, evidenciada en la cantidad de sitios arqueológicos registrados para el año 1.000 d.C. Un claro ejemplo de ello son los grupos arqueológicos conocidos como Goya-Malabrigo. Para ese momento, las poblaciones con modos de vida propios de ambientes acuáticos ocupan toda la llanura aluvial y las costas del Paraná y el Uruguay.

Los Tupi-guaraníes, poblaciones nómadas y horticultoras provenientes de la Amazonia, comienzan a movilizarse hacia el sur hace unos 3.000 años atrás; su dispersión fue lenta y respondía a la necesidad de tierras para el cultivo (practicaban la roza y quema), el crecimiento demográfico y por razones religiosas. Se adaptaron perfectamente a los distintos entornos naturales donde se asentaban, ejemplo de ello son los guaraníes del delta quienes debieron prescindir de los cultivos tropicales, reducir el número de habitantes por poblado y aumentar las actividades de caza y pesca. Sin embargo, al ser poblaciones invasoras mantuvieron relaciones cambiantes con los grupos locales, enemigos o aliados. Compartían un estilo alfarero común, establecieron campamentos comunales, sedentarios y semipermanentes, donde tenían cementerios de urnas funerarias. El asentamiento más temprano se encontró en Yacyretá (90 años d.C.) y el más tardío en delta del Paraná (1.500 d.C.).

En las llanuras del interior, los pueblos prehispánicos no tenían la tecnología especializada observada en los pueblos isleños y costeros. Allí los aborígenes eran expertos en la talla de piedra, mediante la cual confeccionaban elaborados artefactos para la caza (bolas de boleadora, puntas de proyectil, etc.) y para diversas actividades domésticas (cuchillos, raspadores, etc). Estas armas eran muy eficientes para la caza. Estaban perfectamente adaptados a la vida de las grandes llanuras. Esta forma de vida era propia de los Charrúas del siglo XVI y se mantuvo durante gran parte del período colonial. Los Charrúas actuales son los herederos de estas poblaciones cazadoras-recolectoras que habitaron las llanuras interiores de Entre Ríos durante milenios.

Imagen de Charrúas coloniales

Entre Ríos Museo Antonio Serrano Ecourbano Cuidadores